Cultura Cívica
La novela y adaptación cinematográfica “300” de Frank Miller cuenta
un pasaje, de las Guerras Médicas llamadas así por la costumbre de los griegos
de llamar “medos” a los persas, conocido
por lo heroico y legendario del suceso en el que un pequeño ejército de apenas
300 hombres (de ahí el nombre de la novela) valientemente combatió contra la
monstruosa maquinaria de guerra persa del Rey-Dios Jerjes formada por un millón
de elementos.
Heródoto, historiador griego considerado padre de la
histografía, fue quien dio testimonio de esos enfrentamientos. En su libro
sexto tiene otra reseña, mucho más corta, pero tan llena de orgullo y heroísmo
como la anterior:
“Los persas pelearon en
las Guerras Médicas como súbditos de un rey (Jerjes) al que temían más aún que
al enemigo que tenían enfrente. Los griegos pelearon como hombres libres,
orgullosos de sus leyes. Para los griegos no había un honor más grande que
ofrecer la vida por su ciudad. Así se entiende por qué Esquilo, el inventor de
la tragedia y el poeta más laureado de su tiempo, no escogió por epitafio un
texto destinado a recordar su impar gloria literaria sino otro que reza así:
“Aquí Esquilo, hijo de Euforion, criado en Atenas, descansa
en los campos de Gela, muerto. La batalla de Maratón mostró su coraje: los
medos de largas cabelleras, tienen razones para recordarlo”.
A la hora de resumir su vida, Esquilo valoraba el honor del
ciudadano más que los laureles del poeta.
¿Porque los mexicanos renegamos rencorosamente de nuestras
leyes?, ¿Por qué desdeñamos de nuestras autoridades y las culpamos de todos
nuestros males cuando no estamos dispuestos, ya no digamos a dar la vida por
nuestro Estado, ni siquiera a respetar los cajones azules de los
estacionamientos? No respetamos a nada ni a nadie, no reconocemos a ninguna
autoridad: Los legisladores son payasos, los jueces y policías corruptos, los
maestros son ineficientes. La lucha contra los criminales es “la guerra de
Calderón”, no nuestra, a nosotros que nos importa que el país se caiga en
pedazos a manos del narco si no nos sentimos identificados con nada, si lo
único que importa es el bienestar propio, no somos mexicanos, somos solamente
habitantes del país este de la tranza y la corrupción. Es más grande y admirado
aquel que mayor posibilidad tiene de
pasar por encima de todo y de todos. Por eso los jóvenes del norte tienen su
más grande anhelo en el sueño de unirse alguna vez al crimen organizado, ellos
si están por sobre todas las cosas, ellos sí, lo pueden todo.
No tenemos cultura cívica, no amamos a nuestro Estado, a sus
leyes, a sus principios.
¿De que sirven las clases de civismo de la secundaria si el
único lugar en donde la gente se pone de pie y se emociona por cantar el himno
es en el Estadio Azteca?
Mientras no nos inculquen, nuestros padres y maestros, un
verdadero amor por México, un verdadero valor cívico. Mientras sigamos
enseñando a nuestros hijos que el que no tranza no avanza y que el 16 de
septiembre solo sirve para agarrar puente escolar, empedarse en el Zócalo y
salir a mirar los fuegos artificiales. Mientras eso siga así, estaremos
destinados a seguir con el gobierno (el Estado diría yo) que nos merecemos.
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